miércoles, 24 de febrero de 2016

The Americans tercera temporada: Un mundo que se derrumba



Después de dos excelentes temporadas, de las que ya me he ocupado aquí y aquí, tenía muchas ganas de ver la tercera campaña de esta atípica serie de espías ambientada en los Estados Unidos en plena guerra fría. Entramos esta vez en los años 80, marcados por la presidencia de Ronald Reagan y los conflictos de Afganistán, en pleno auge, y del apartheid surafricano, dos paisajes muy presentes en el trasfondo de lo que ocurre en esta tercera temporada.


Digo trasfondo, porque lo realmente importante ahora es la peripecia vital de unos personajes, ya sean los espías rusos ya sean los agentes o trabajadores del FBI, acostumbrados a vivir en la mentira, en el disimulo constante, en mantener varias vidas paralelas a la vez, mientras el mundo va cambiando a su alrededor de forma inexorable e implacable.


En esta temporada los sentimientos son más profundos o se colocan más a flor de piel, según se mire, las mentiras se convierten en un sobrepeso difícilmente aguantable, y lo que antes eran caracteres monolíticos, personajes con las ideas claras de lo que tenían que hacer, entran ahora en esa ancha franja de grises en la que las convicciones de ponen en juego, y lo que hasta ese momento eran cimientos sólidos, se empiezan a resquebrajar y cada misión será más costosa, en términos sentimentales, que nunca.


La familia de Elizabeth y Philip, va cumpliendo años, especialmente una espabilada Paige que busca refugio en la religión y empezará a hacer preguntas embarazosas, desde su adolescencia inteligente que le hace percibir algo extraño en su entorno. Eso colocará a sus padres en una situación desconocida para ellos, acostumbrados como están a tener las riendas firmemente cogidas, y su mundo familiar se empezará a tambalear de la misma manera que lo están haciendo los cimientos de la URSS, aunque de esto último aún no se está dando cuenta nadie.


Stan, el agente del FBI, también vivirá esa contradicción hasta llegar al punto de no retorno, mientras que Martha también vivirá su momento epifánico al descubrir que los fundamentos emocionales de su vida se tambalean también de un modo dramático.



Cuando los secretos dejan de serlo hay que afrontar la consecuencia de los mismos, y cada uno de los personajes lo hará de una forma diferente y al mismo tiempo coincidente, porque para afrontar las consecuencias de los actos de cada uno, o de los procesos de autoengaño con los que, en ocasiones, nos empeñamos en dar (sin) sentido a la propia existencia, sólo nos queda la sinceridad, dejar caer las caretas al suelo y mostrarnos en toda nuestra desnudez sentimental y esperar acontecimientos, porque esa decisión también traerá consigo consecuencias. Para descubrirlas tendremos que esperar a la cuarta temporada.